La razón básica estriba en
nuestro cerebro, cuya maduración requiere mucho más tiempo que el de la mayoría
de especies. Todos hemos visto imágenes de animales que a las pocas horas de
nacer ya caminan al lado de sus madres sin aparente dificultad. Desde luego, la
supervivencia de un cervatillo resultaría muy difícil si éste no fuera capaz de
seguir a su madre, que continuamente se está desplazando en busca de pastos
frescos. Ni que decir tiene si no pudiera correr a las pocas semanas ante la
presencia de un depredador.
Un bebé, sin embargo, tarda
algo más de una año en empezar a caminar, por lo que su supervivencia depende
en extremo de la protección de la madre. El caminar no es una habilidad innata
que posea el bebé, sino que es el resultado de un aprendizaje. Un recién nacido
sólo muestra un limitadísimo conjunto de capacidades si las comparamos con las
que irá adquiriendo con el transcurso de los años. Y la mayoría de habilidades
que posee están relacionadas con su supervivencia: succionar para poder
alimentarse, llorar para atraer la atención de su madre, o cerrar las manos
para intentar aferrarse a aquello que las toca.
Esta total indefensión es
consecuencia de un cerebro aún por formar. Pero esta circunstancia que puede
parecer en principio negativa conlleva, en realidad, una enorme ventaja: el
bebé será capaz de adaptarse mucho mejor al entorno y a las circunstancias
cambiantes que cualquier otro animal cuyo cerebro ya esté programado en
el momento de nacer. Disponer de un cerebro moldeable es lo que ha permitido a
la especie humana progresar y sobrevivir incluso ante las condiciones naturales
más adversas.
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